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No creas todo lo que pensas

Nuestro cerebro busca crear una historia coherente que nos brinde certezas pero en los escenarios de la realidad, las cosas pueden ser muy diferentes...

Fake news - No creas todo lo que pensas!

"Tus pautas mentales y creencias son cuentos que te has contado durante toda tu vida.

Cuentista, ¿quién eres? Sin todas esas historias, ¿que eres?"

Josh Baran

 

¿Nunca te pasó que estabas seguro o segura de algo, con la seguridad que te da la absoluta certeza respecto de lo que sea y que, cuando vas a chequearlo, no fuese así?

Ejemplos: Dejé las llaves en la mesa al lado de la puerta de la cocina. Están ahí, yo sé que sí. Estoy segura de los movimientos que hice para dejarla y todo. Resulta que cuando las voy a buscar no las encuentro. Si viviera con alguien, obviamente le preguntaría a ese alguien dónde puso mis llaves. Si viviese sola me sorprendería, sobre todo cuando vea que están en la cartera, o donde siempre. (Incluso hay quienes, porque el mito y la magia son constitutivos de la naturaleza humana y no puede faltar, le adjudican la “desaparición de las llaves” a duendes o poltergeist).

No sé a ustedes, pero a mí me pasa seguido. En ese momento hay algo que no llego a comprender, pero agarro las llaves y sigo, me espera el día.

En ese mismo sentido pueden pasar cosas de otro orden. No encontrar las llaves donde pensé que estaban a lo sumo me robará algunos minutos más, puede ser molesto si estoy apurada, pero no modifica ni impacta significativamente en el resto de mis actividades. Pero si ese mismo nivel de certeza lo aplico a mi cosmogonía individual en otros aspectos, puede volverse muy difícil todo.

Hace poco ví el documental “Social Dilemma”. Se trata, contado por los propios creadores de las herramientas más usadas por las redes sociales, de su impacto en las personas y los peligros que esto conlleva, en términos de manipulación (La frase de cabecera es: Si no pagas por el producto, el producto sos vos). Todos lo sabemos, o lo intuimos: cada vez que se te ocurre hacer un viaje, comprar un vestido, renovar el baño, comprar plantas, o lo que sea, la red social que uses “adivina” que estás pensando en eso y te bombardea con publicidad. Bueno, no, no adivina. Tampoco es que tu computadora tiene un micrófono oculto directo a Silicon Valley, ni tenes un espía de Mark Zuckerberg sin que lo sepas debajo de la cama. Simplemente, lo generaste a través de alguna búsqueda, dándoles más likes a determinadas publicaciones o buscando información diferente. Lo que nos lleva al punto central: crees que tenes el control, pero no.

El punto es que, de hecho, tenemos control sobre dos o tres cosas, no más. Pero la mente no tolera que sea así entonces te vuelve ignorante de tu propia ignorancia, escondiéndose detrás de una fantasía de control como si fuera un escudo de He-Man.

De manera similar funcionan las Fake News. No es más que el hecho deliberado de presentar y difundir información falsa con el fin de obtener un objetivo: ganar elecciones, vender un producto, magnificar o “matar” públicamente a alguien… Se siembra un rumor (o se sube un video), se le agrega info y ocurre el desastre. Hay toda una industria de márketing detrás de esto: qué palabras usar, medios, estilo, etc. Pero el punto es que suele ser fatalmente exitoso porque de este lado somos absolutamente maleables, estamos dispuestos a creer lo que sea si eso es lo que nos conviene, o le conviene a mi mente, es coherente con mis creencias.

Hace poco ví una viñeta de Paz, un chiste, que lo ilustra de maravilla. Una chica le decía a su padre, que estaba sentado frente a la computadora: “No, papá… esa es una noticia falsa” A lo que él responde “¿Cómo va a ser falsa, si dice justo lo que yo pienso?”

El cerebro no busca ser feliz, busca sobrevivir, y para eso necesita información respecto del contexto en términos de seguridad. En línea con eso, nuestra mente es una continua buscadora de coherencia. Como no soporta la incertidumbre, la ilusión de control viene a ponernos una “ilusoria” (la redundancia es adrede) red para que creamos que podamos dar el salto tranquilos. No les quiero meter ideas, pero, por ejemplo, si no creyera que soy buena manejando, Y por otra parte tendría absoluta conciencia de todo lo que implica estar metida adentro de esa carcasa de plástico, metal y un motor en combustión, a una velocidad no desestimable, con otras personas en la misma ruta o calle o autopista, asumiendo al 100 por 100 que tengo desconocimiento respecto de si el otro que maneja es bueno o acaba de echarse encima media botella de whisky porque tuvo un desengaño amoroso o financiero, no me subiría nunca más a un auto. Para poder hacerlo, mi mente me dice que está todo bien (me tiende una red), la evidencia es que en la billetera tengo una licencia de conducir que vence recién en tres años y que no veo que nadie haya chocado hoy, además mi mamá me felicitó cuando estacioné con una sola maniobra. No es el ejemplo perfecto pero lo ilustra: es mi creencia la que me impulsa.

Nassim Taleb, en su exitoso “El Cisne Negro” (2012) aborda el concepto de falacia narrativa. En (muy) pocas palabras,  las falacias narrativas son relatos, historias que creamos para explicar los acontecimientos que sucedieron en el pasado de forma tal que le den significado, o, mejor dicho, que nos resulten entendibles. De esa manera se crea la ilusión de predecir y controlar el futuro. Los humanos, dice, estamos continuamente engañándonos construyendo explicaciones endebles del pasado que a posteriori creemos verdaderas. Tejemos historias en una serie causal coherente que vincula los fragmentos de conocimiento que disponemos para ordenar la realidad y amoldarla a nuestro modelo mental.

La macana es que el exceso de confianza en nuestras explicaciones del mundo es alimentado por la certeza ilusoria de las historias que creamos retrospectivamente. La fuerza de los relatos es tal que tergiversan y simplifican la realidad y dejan afuera todo lo que no encaja bien. Construimos la mejor historia posible a partir de los hechos disponibles y si la historia resulta buena, nos la creemos. (Para citar un ejemplo reciente, cuando empezaron a aparecer los casos de COVID 19 en Argentina, el Ministro de Salud respondió “Yo no creía que el coronavirus iba a llegar tan rápido, no creía que iba a llegar en verano, nos sorprendió”. Esto no lo vuelve un mal Ministro o mal profesional, Taleb diría que se creyó su propia falacia narrativa).

Por su parte, Daniel Kahneman, en su maravilloso “Pensar Rápido, Pensar Despacio” nos habla de la ilusión de validez. Nuestra mente elabora relatos, opiniones con la evidencia que tiene. No me refiero a evidencia científica, sino alguna prueba más bien pobre, lo que hay en ese momento. Tanto es así que lo que importa, más que la evidencia, es que la historia sea coherente… con lo que pienso. “Para algunas de nuestras creencias más importantes no tenemos la menor evidencia fuera de que las personas a las que queremos y en las que confiamos tengan esas creencias. Si tenemos en cuenta lo poco que sabemos, la confianza en nuestras creencias resulta absurda” (Kahneman, 2012).

Bien, entonces, la sugerencia es que no creas todo lo que tu mente te presenta como certeza.

La mente funciona como las redes sociales. Así como cuando, miraste una foto de Bahamas, googleaste “clima en Bahamas” y “el precio y tipo de cambio de Bahamas” de pronto, abriste Facebook y aparece una publicidad de Despegar.com con fabulosas ofertas a (si, adivinaste) Bahamas, cuando se trata de nuestra mente, frente a algo, una situación, un contexto, etc, te va a traer la mejor explicación para eso… salvo que “mejor” en este caso hace referencia a “conveniente y coherente con tus creencias”, lo cual dista bastante de ser virtuoso, a al menos útil.

Me tomo el atrevimiento de contar un ejemplo basado en hechos reales. Hace algunos años salí de mi casa temprano y me fui a trabajar. En ese momento usábamos celulares pero no existían los teléfonos inteligentes, ni WhatApp, ni nada. No teníamos incorporado el multimedia ni la hiperconectividad (aún era incipiente). Ese día me lo olvidé.

En algún momento me di cuenta de que no lo tenía conmigo pero no era gran cosa.

Cuando volví a casa, ya anocheciendo, me encontré con un amigo que en ese entonces vivía cerca. Me extrañó porque no había quedado con él, pero bueno, ahí estaba. Cuando me vió me preguntó qué me había pasado, por qué no contestaba el teléfono. Mi respuesta fue sencillita: “Porque me lo olvidé”. Su cara se transformó, en ese momento se dio cuenta de que de todas las posibilidades, esa ni la registró, y que se había tragado el relato de otro… o de otra: mi madre. Entramos a casa y me encontré con que mi teléfono tenía más de 100 llamadas perdidas de mi madre, mi tía, mis amigos, incluyendo al que estaba ahí conmigo. Entonces yo pregunté qué pasaba. Para resumirlo, por la tarde mi mamá me había llamado, como yo no la atendía su mente empezó a tejer una fake news tomando como elementos evidencia que ella tenía a mano: yo vivo en Bs As, ciudad peligrosa, seguro me había pasado algo, había tenido un accidente, me habían secuestrado, etc. Entonces empezó a llamar a todo el mundo. Como nadie sabía de mi paradero agarró la guía telefónica y logró comunicarse con la madre de mi amigo, quien a su vez le pasó el mensaje a él y con quien me encontré cuando llegué. ¿Se puede ver?

Por una parte estaba ella, mi madre, llamándome por teléfono. Al lado estaba su mente, tejiendo relatos, falacias narativas, fake news, que se componían a su vez de sus propias creencias. Jamás se detuvo a preguntarse si eventualmente me hubiera olvidado el teléfono. Sólo se quedó con el sesgo que más coherente resultaba con su mente.

Y eso nos pasa constantemente.

“No lo voy a llamar porque lo voy a molestar” “se tendría que dar cuenta porque ayer le dije que …” “Si no me contestó aun es obvio que no le intereso” “si se saca una foto y la sube a instagram seguro que está en una“ “Me va a ir mal en el examen porque no sirvo” “Si le digo tal cosa se va a enojar” “hay que evitar el conflicto a toda cosa, el conflicto es malo entonces mejor me callo” “Nunca voy a poder aprender a manejar porque soy un desastre” “Le debe gustar que le peguen sinó no se entiende” “Quien me va a querer a mi” “Yo no voy a poder”. Podría seguir, pero creo que queda claro.

La buena noticia es que no somos nuestra mente, y como tal, podemos modificar patrones en tanto y en cuanto estemos dispuestos, y los identifiquemos. ¿Qué pasaría si a cada una de esas afirmaciones les agrego al final un signo de pregunta? “¿Lo voy a molestar?” “¿Se tendría que dar cuenta?” “¿Se va a enojar?” “¿Es obvio?” “¿Es realmente tan malo el conflicto?” “¿Soy un desastre?”… Cuestionar la mente, de eso se trata. La única manera de no tragarse un sapo (y retroalimentar en loop el patrón que te lleva siempre al mismo lugar) es no tomando como verdad absoluta todo aquello que te dice.

Así como mencionamos al principio con la llave en la cartera, también con todo lo demás puede no tener razón. Vale la pena.

 

Epsi. Octubre 2020

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